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Crónicas de un exilio I

Actualizado: 30 nov 2022

Queridos lectores, no solo son las imágenes de los fotoperiodistas las que relatan lo traumático del exilio. Las historias pueden ser contadas de mil y una maneras distintas, desde la escritura o las imágenes, hasta la voz. Por eso, como estudiantes de Periodismo y Humanidades, queremos acercarnos al exilio a través de algunos testimonios personales.


En este primer capítulo os presentamos a Salvador Belmonte López, un hombre de 77 años, el cual vivió la dictadura de Franco de pequeño, así como la experiencia de una familia que huyó al exilio. Él reside en Carboneras, un pequeño municipio de Almería, que sufrió los estragos de la guerra.


Recuerdos de una infancia, 2 de enero de 1946

Yo era un niño, un niño cuando mi padre, Salvador, y mi madre, Ana, me contaban los horrores de la Guerra Civil en el pueblo. Se oían fusiles, ruidos que junto con el miedo y la incertidumbre hacían de la vida algo horrible. No solo eso, también me contaban lo que vino después de la guerra y lo que me tocó vivir en esos momentos. Una dictadura, la de Franco, y familias, por parte de mis padres y abuelos, que tuvieron que huir, principalmente a Francia y a Argentina.


Recuerdo que mi padre, Salvador Belmonte Flores, me hablaba de su familia, la cual tuvo que huir a Francia. Se fue allí y no volvió al pueblo, excepto para algunas visitas familiares en el 2000. Venían a la casa y compartían todas sus historias, las vivencias tras irse y tener que dejar atrás lo que había sido toda su vida hasta ahora. Contaban que los primeros años del exilio no fueron fáciles. Vivían en los campos de concentración, en las barracas, como si fuesen animales. En las cartas que me leía mi abuelo, se relataban verdaderos horrores y lo que más se repetía es que no era la vida que esperaban. Sin embargo, el abuelo también decía que era preferible huir, escapar de lo que estaba siendo España, que esperar a que el bando nacionalista te matara en vida. Te arrancaban las uñas y en invierno te bañaban en agua fría. Quizá no te mataban, pero era como si lo estuvieras, por eso muchos se exiliaron. Donde mandaban nacionales no había cabida para nada más. Mi padre era un hombre que ayudaba, pero no quiso exiliarse, no quiso dejar lo que había construido: su familia, su hogar, a mis hermanos y a mí. La idea de moverse y empezar de nuevo asustaba, te erizaba la piel.


También, si mal no recuerdo, cuando me casé con mi mujer, Antonia, conocí la historia de su familia. Los familiares de su abuela Isabel se fueron a Argentina y México, pero no podían sobrevivir allí demasiado bien, porque no era lo que esperaban. Los que se fueron a Argentina volvieron en 2003-2005 a hacer algunas visitas. Contaban sus historias, la pena y la melancolía de haber dejado su vida en el pueblo y, sobre todo, haber dejado atrás el calor de la chimenea. La abuela siempre me había contado que se fueron sin decirlo, en barcos, como pudieron, de manera clandestina. La familia de mi primo Cristóbal se fue también a Argentina, y muchos se casaron allí. Como quien dice, su vida empezó de nuevo, pero no de manera fácil, pues vivían como mendigos, como animales. Estando mi mujer mala, en Pamplona, llegaron muchos de ellos, con otra cultura, recordando horrores. Volvieron para ver a su sobrina, la cual llevaban sin ver años, y despedirse de ella.


Creo que lo que más recuerdo de lo que me dijo mi padre es que no hubo más remedio que eso. Ellos buscaban un porvenir y la única solución para poder conseguirlo y fraguar una nueva vida era fuera de España. Buscaban la libertad, una libertad que en España no podían encontrar.


Salvador Belmonte López


 
 
 

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Exiliados en la memoria

Miriam Gómez Sanz

Sara Ruiz Belmonte

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